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Foto: Tomada de cubadebate.cu
CAMAGÜEY.- Aquí estoy, Fidel le puso a su imagen del niño frente al monolito. Jorge Luis Sánchez Rivera lograba lo que quería después de varios intentos, sin embargo, no revisó los archivos hasta casi un año después. Bastó asomarla al ciberespacio y la instantánea de este fotógrafo de la Revista Bohemia se volvió “viral”.
“Fue concebida en enero, a poco más de un mes de la muerte del Comandante. Por cobertura fuimos a Santiago de Cuba, y llegamos al Cementerio de Santa Ifigenia. Era domingo. Me impresionó la cantidad de personas que venía de muy lejos a rendir honor a Fidel Castro. Intenté captarlo pero no era lo que quería. Quizá visor, cerebro y dedo no jugaban”.
Jorge Luis hace una pausa, porque ha vuelto a Santiago en el recuerdo de aquel intento fallido.
“Regresé como a las dos de la tarde. Había grupos pequeños. Me posicioné próximo a donde estaba la primera vez. Probé dos o tres ángulos. De momento surge este niño. Quien lo acompañaba, que tal vez era su mamá, estaba a poca distancia. Lo veo solo frente a la piedra, extendiéndole la mano al Comandante, y el instinto fue el obturador”.
Cuenta que se quedó inmóvil por la cautivadora estampa del chico ante algo también simbólico de otro misterio, como la luz de José Martí que acompaña a los cubanos.
“No puedo decirte su nombre, no se lo pregunté. Tampoco revisé. Terminé dos o tres cosas para mi órgano de prensa y me fui. Se quedaron imágenes sin ver. Próximo al año del fallecimiento busco en los archivos y choco con ella. Cubadebate tuvo la gentileza de publicarla el 23 de diciembre como La imagen del día. Rápido alcanzó 3 848 ME GUSTA y fue compartida 197 veces. Luego, la Revista de la Central de Trabajadores de Cuba la incluyó en un fotorreportaje, la Revista Verde Olivo la utilizó como contraportada, y Tribuna de La Habana la ponderó en su web. Nunca pensé que mi modesta imagen casi fuera ‘viral’, en el buen sentido de la difusión”.
La historia de la foto era una eclosión en su pecho que le urgía contar. Luego de esa suerte de desahogo, aprovecho para preguntar en mi intento de retrato a Jorge Luis, quien se declara un aprendiz de la fotografía.
Fotos: Cortesía del autorFotos: Cortesía del autor¿Es esperanza o es tu consternación por esa infancia?
─Es esperanza de que todas las cosas que se han logrado continúen. El mensaje es claro: un niño de cinco o seis años dice al Líder que el futuro está asegurado. Ese tributo es lógico en las personas de mi generación, pero no en los jóvenes, en los niños, en el presente o en el próximo futuro que apenas lo conoció, sin embargo van a ese lugar.
“Los cubanos conocimos a Fidel, pero gente de otras latitudes que solo en algún momento escuchó hablar de él, y que vaya para a hacer algo frente a él nos confirma que el Comandante dejó de ser nuestro para ser del mundo”.
El cementerio es un espacio que frecuentas. ¿Por qué?
─ En el cementerio hay vida. Tiene plantas, animales, ruido. Todo allí tiene un mensaje: las estatuas, las cruces, algún detalle. Pienso que la imagen está constante dondequiera, solo necesitas los ojos para verla. En el de La Habana, encuentras obras de Rita Longa, de Portocarrero, sin contar la obra profusa de escultores italianos. El cementerio para mí es un gran museo bajo el cielo.
Son esas esculturas una manera de representar el dolor…
─Pudiera ser. Una flor que nace en un pantano no deja de ser bella. Me apasionan las estatuas y con ellas logro cosas interesantes. Es cierto, un angelito representa la muerte de un niño o un adolescente, pero lo miro desde el punto de vista artístico, porque esculpir en una piedra toda la delicadeza de un niño... Lo importante no es dónde estés, sino el mensaje que te llevas. Quiero que sepan leerlo.
¿Cómo se reveló en ti el ansia por captar la imagen?
─Me impresionaban las imágenes de los periódicos y las revistas. Me preguntaba cómo se hacían. Al crecer leí más, conocí algún que otro amigo de ese medio, y me hice de mi primera cámara, pequeña, digital, hace unos 20 años. Un día caminando vi un cartel con las señas de la Escuela de Arte y Fotografía Cabrales del Valle. Iba dos veces a la semana, lunes y viernes, de seis a ocho de la noche.
“Empecé a mirar exposiciones, películas. Luego sentí la necesidad de llevar a la práctica lo que me habían enseñado. Salía con una libretica y apuntaba: ‘hice a esta velocidad, con esta abertura, no me salió así; después probé con…’ hasta que logré manejar la luz. Con el tiempo aprendes a aguzar tu instinto, tu ojo, a centrarte más en las cosas”.
Llevas poco de fotorreportero, ¿por qué acudiste a los medios de prensa?
─En 2012 hice el fotorreportaje Peligro, sobre los bañistas en el malecón de La Habana, que al lanzarse, desde unos cuatro metros de altura, hacían piruetas peligrosas en una zona de arrecifes. Toqué una puerta que he seguido siempre: la Revista Bohemia. El jefe de fotografía me recibió sin conocerme. No prometió nada, pero me llamó para decirme que se publicaría y para preguntarme si estaba dispuesto a colaborar gratis. Estuve casi un año sin percibir salario.
“En realidad, mi primer órgano oficial de prensa fue Tribuna de La Habana. Allí volqué toda esa energía, mi ansia de saber. Me sirvió de mucho, en primer lugar, para demostrarme que no era ni un capricho ni un embullo. Estaba dispuesto a cualquier cobertura. Mi espectro es amplio. No he querido encasillarme”.
Pero se nota que hay zonas a donde siempre regresas. ¿Lo reconoces?
─Me gusta mucho el ballet. También los conciertos, porque me sirven para jugar con las luces. No siento que mis imágenes de deporte son lo que aspiro. El béisbol requiere la práctica diaria. Si quitas la vista del terreno se da la jugada, y esa no se repite nunca más. Me gusta concentrarme en lo que hago y, sobre todo, me pongo metas muy altas. Quizá no lo logre, pero lo intento. Compito conmigo mismo para sentirme satisfecho cuando termino. Me incomodo cuando un día no logro nada.
Vivimos en el mundo de la imagen. Ante la obsesión del hombre actual por dejar esa huella, ¿dónde colocas al profesional como tú?
─Estamos en la época de las cámaras digitales, de los teléfonos satelitales. En cualquier momento haces una imagen y la subes a las redes sociales. Es muy complicado si quieres, por lo menos, que tu imagen se mantenga. Hay que estar en el momento preciso, y saber apretar el obturador. El ejemplo de la foto de Korda. ¿Cuántas personas estaban mirando al Che? Sin embargo, Korda supo captar esa mirada, ese momento fugaz que lo inmortalizó. En las coberturas hay 10 o 12 fotógrafos en un espacio reducido, y ninguna foto es igual. Cada cual tiene su visión y expresa en ese instante lo que siente.
El espacio digital da la sensación de publicar una imagen “fiel” a la original. ¿Qué te provocan las impresiones en tu medio tradicional?
─Está la imagen en la pantalla de tu cámara, y la que ves en el monitor de tu computadora. Cuando se imprime en papel, a veces tu escala de grises no se corresponde con la de la máquina; la tinta no es, pero se aproxima a tu imagen. Las páginas web te ponen tu foto justo como es. En una Bohemia, que tiene 100 mil ejemplares, quizás en las primeras tiradas sale igual, pero tal vez por un momento de cambio de tinta, por algo del proceso tecnológico se pierde un poco.
Todavía vives en el asombro con la fotografía. Expertos aseguran que el tipo de cámara condiciona la mirada. ¿Has pensado en eso?
─Negar la técnica sería negarlo todo. De las primeras cámaras a las actuales hay una gran diferencia, pero sigue el mismo patrón: la luz es la foto. Puedes tener buenos equipos pero si no tienes el ojo, tus imágenes no pasarían de ser mediocres. Eso requiere estudio. Muchas cosas te condicionan, por ejemplo, no puedes lograr una imagen a las ocho de la mañana y a las doce del día en un lugar abierto. Si no sabes cómo manejar la luz, qué abertura darle…
Te preguntaba en otro sentido. ¿Cómo no perder la luz de tu contexto?
─Las cámaras digitales vienen incluidas con el japonesito adentro. También tienen otras opciones, y puedes dar los parámetros. Está la persona con una camarita compacta que sale a tomar imágenes de una excursión, y está la otra persona en esa misma excursión, y por su conocimiento es dueña de la cámara, manipula velocidad, apertura del diafragma, busca el instante preciso. Sí, el equipo te ayuda muchísimo, pero si no tienes talento… serás esclavo del programa que lo “hace todo”. Cuando trabajas manual, te equivocas tú.

El impacto de tu foto del niño motivó nuestro diálogo, pero infiero otro pretexto. ¿Por qué insistes en retratar Camagüey?
─Estoy enamorado de la ciudad de Camagüey. Por mi órgano de prensa he tenido la dicha de conocer muchas ciudades. Hay dos que me llaman mucho la atención. Una es Camagüey, y la otra, Trinidad. A Camagüey hay que dedicarle cinco días para hacer algo específico. Un mismo lugar te da imágenes diferentes según la hora. Tiene cosas fabulosas: iglesias, calles con adoquines, rejas en las puertas, las fachadas, las tejas, su gente. Es una ciudad mística donde se respira un aire diferente. Quizá no tenga un malecón ni un capitolio como La Habana, pero atrapa.
Se dice que el camagüeyano no le abre las puertas de su casa a todo el mundo, y que no se entrega hasta que no te conoce. ¿Qué opinas?
─Amabilidad, gentileza, hospitalidad. He recibido todo. Mis colegas convierten lo suyo en tuyo, con la sonrisa en los labios. Por las calles las personas me saludan sin conocerme. Eso es extraño en la ciudad de donde vengo. Me he asombrado porque a las ocho de la noche en una calle principal he encontrado 10 o 12 personas. Me gusta esa tranquilidad, esa paz al caminar. Soy un simple forastero en una tierra que nos es mía. No he tomado agua de tinajón, pero me encanta regresar. Siento que me han abierto las puertas.

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